EGOCÉNTRICO O SUPEREGO

No hay que confundir tener una autoestima sana con ser arrogante. La arrogancia es un exceso desmesurado de orgullo, soberbia y desprecio por los demás. Esas tres cosas transmiten una apariencia de seguridad en uno mismo.

Las personas arrogantes se creen el Sol del universo, y desean que todos orbitemos a su alrededor, para afianzar su propio sentimiento de importancia sobre los demás.

Parte de su estrategia es hacer parecer a los demás inferiores o incompetentes. Les gusta destacar y no desaprovechan ninguna oportunidad para hacerse notar, y si no reciben la atención que creen merecer se enojan y no dejan de hacerlo notar de múltiples formas (todas ellas desagradables).

Muchas veces toda esa arrogancia enmascara una bajísima autoestima y una personalidad débil.

La seguridad en sí mismos que desprenden atrae a personas con la autoestima baja que de forma inconsciente, se pegan a su estela, como si les pudiera transferir algo de esa seguridad. Así estas personas consiguen formar parte de un grupo que les aporta seguridad, por pertenecer a un conjunto homogéneo. Y el arrogante consigue un grupo que lo sigue y venera, que reconforta a su necesidad constante de reafirmación como ser superior. Este tipo de relaciones pueden ser sumamente dañinas, pues anulan a la persona con la autoestima baja aún más y pueden llegar a hacer o decir cosas que realmente no quieren con tal de tener el beneplácito del arrogante. Pues ya sabemos que “el clavo que destaca es el que recibe el martillazo” y eso es algo que una autoestima baja intentaría evitar a toda costa.

Cuando nosotros estamos seguros de nosotros mismos y tenemos una autoestima sana, lo que puedan hacer o decir estas personas no nos perturba y el poder que tienen de hacernos daño desaparece.

La autoestima es quererse a uno mismo.

La arrogancia es despreciar a los demás.