Algunos piensan de ella que es una cursi rematada y una
princesita malcriada. Yo estaba totalmente de acuerdo con vosotros hasta que me
puse a analizar en profundidad la complejidad de sus actos.
Ahí donde la vemos empieza su vida como una niña de buena
cuna acostumbrada a que se lo den todo hecho y con una madrastra muy mandona y
antipática.
En el momento que no puede aguantar los mangoneos de su
madrastra, la insípida Blancanieves en un arranque de valor, se marcha de casa
para independizarse.
¡Pero hay madre! Con lo mal que está el mundo laboral y lo
poco preparada que está para desarrollar cualquier trabajo que no sea el de
princesa, le cuesta encontrar trabajo. Así que, vagando por el bosque encuentra
una casa vacía y decide okuparla, así empieza lo que luego será una gran
tendencia social.
Cual es la sorpresa cuando al final del día se le presentan
los propietarios de la casa, nada más que siete joviales mineros. Como es alta
y guapa deciden no denunciarla y quedarse con ella, así llegan a un acuerdo
satisfactorio para todos. Le dejan quedarse y mantenerla lejos de la influencia
de su madrastra a cambio de que les realice las tareas domésticas.
¿Quién dice que una princesa no puede encontrar un trabajo?
Pues esta lo ha logrado, aunque sin asegurar, así es como entra en el mercado
de la economía sumergida.
Van pasando los días y a Blanquita ya no le parece tan
emocionante eso de tener que limpiar la casa de siete solteros, aunque sea a
ritmo de alegres cancioncitas, así que decide salir a descubrir el mundo por
ella misma. Se lleva una sorpresa mayúscula cuando encuentra en la puerta una ancianita
(del tipo arrugada como una pasa), que le regala una manzana.
De niña parece
que nunca aprendió eso de: “no aceptes caramelos de extraños”. Ella con su
dominio del vocabulario superior al del resto podría argumentar que una manzana
no es un caramelo, sino una fruta, pero para el caso es lo mismo. Acaba
comiéndosela y perdiendo el conocimiento, cosa que ya le va bien, pues no
tendrá que fregar el suelo mientras hiberna.
Aquí la tenemos, escaqueándose todo lo que puede del trabajo
honrado, mientras en etéreo letargo espera que llegue alguien que logre
despertarla.
Y así llegamos al último acto de esta función, aparece el
príncipe azul (como no, porque el verde o amarillo no son tan glamurosos), y le
da un beso que la despierta. Yo me atrevería a aconsejarle que dejara pasar al
príncipe (la realeza en este momento está muy devaluada) y que esperara a que
la besar el hijo de un notario, estos sí que valen la pena.
En fin, quien dice que las princesas no sirven para nada más
que para saludar y tener una sonrisa forzada. Ésta como podéis ver, a vivido
como cualquier mortal y ha encontrado un tontainas que la mantendrá y le dará
todos los caprichos que quiera.
¿Y la pobre madrastra qué? Ahora se quedará sin el objeto de
su obsesión y se va a aburrir mucho solo con la compañía del espejo.
El mundo es un lugar muy injusto
Este análisis me ha resultado muy interesante y es cierto, cómo se debe aburrir la madrastra sin el objeto de sus maltratos!
ResponderEliminarUn abrazo desde Argentina.
Buenisimo ensayo, una contemporánea forma de ver un cuento de princesas. Genial.
ResponderEliminarUn beso