En la historia de la humanidad ha
habido grandes momentos que han marcado un antes y un después en la vida del
hombre. La llegada del hombre a la Luna, la televisión, el descubrimiento de la
penicilina. Yo personalmente no he vivido ninguno, yo soy más de la generación
que ha vivido la creación del club de fans de los Teletubbies y la primera
disculpa pública del Rey.
Últimamente la familia real no deja de dar un
traspié tras otro. Primero el yerno, después el nieto y ahora el rey, que no
quería ser menos.
Al hacerse público que el Rey dio un tropezón
en una cacería y se rompiera la cadera por tres sitios (que si hay que hacer
algo, hay que hacerlo realmente bien). Se ha abierto la veda y se ha desatado
una agitación febril en todos los ámbitos.
Hemos oído en los últimos días como algunos
políticos se subían al carro del subidón mediático y solicitaban desde un
referéndum hasta una disculpa. Y algunos periodistas, extrañamente de los más
cercanos a la corona, exigir la abdicación con fervorosa contundencia.
También ha habido los que loaban al monarca
por su estoicismo al viajar de regreso a España, sin quejarse ni un ápice del
dolor que sentía en la maltrecha cadera. A mí me da por pensar cuando oigo
cosas semejantes, si sería la misma clase de estoicismo que demostraban los
elefantes cuando él los cazaba. Y después me pregunto si alguien puede creerse
que dejarían viajar a todo un monarca sufriendo dolor, cuando hay una nutrida
gama de fármacos que sirven para paliar
semejante situación. Yo me inclino más a imaginar que lo doparon y que por eso
no le oyeron quejarse en todo el viaje.
Hace unas semanas oíamos al Rey, en una
conferencia, asegurar que la precaria situación laboral que atravesaba nuestro
país le quitaba el sueño. Y no ha hecho más que demostrar que eso es cierto,
está claro que la preocupación no le dejaba dormir y por ese motivo estaba
deambulando por su hotelito de Botsuana a las cinco de la madrugada, cuando se
tropezó con el impertinente escalón culpable de todo este sarao.
Llegamos al último acto de esta opereta, “La
Disculpa Del Rey”. Que a tenido que tragarse un orgullo del tamaño de un
rinoceronte para lanzarnos un escuálido “Lo siento mucho, me he equivocado
y no volverá a ocurrir ”.
Que francamente entre la puerta cutre a sus
espaldas y que parecía un niño de cinco años disculpándose delante de la
profesora por haber hablado en clase, su tembloroso, escuálido y vergonzoso “lo
siento” me parece insuficiente.
En navidad nos torturan con esos ampulosos
discursos durante media hora (que no, que son diez minutos pero parecen media
hora), nos atontan con su cadencia engolada y su porte rígido. Me parece que a
la hora de disculparse debería hacerlo concediéndole a la situación el mismo
esmero.
Cuando uno se disculpa tiene que expresar con
claridad el motivo por el que está pidiendo perdón. Hacerlo de forma tan
abierta da pie a que cada uno interprete a su gusto el motivo de la disculpa.
Siguiendo la línea de mi pensamiento
divagante me encuentro preguntándome de qué se estaba disculpando el Rey.
“Siento”
No
haber regresado inmediatamente cuando me informaron que
mi nieto se había herido en un pie.
“Siento"
Despilfarrar,
cuando la situación de mi pueblo es cada día más
precaria.
“Siento”
Haberme
roto la cadera.
“Siento”
Que
mi afición favorita requiera que seres vivos mueran.
“Siento”
Que
me hayan pillado.
Imagen:
Es realmente intolerable. Y tal vez solo sea la punta del iceberg.
ResponderEliminarUn abrazo