viernes, 14 de febrero de 2014

SAN VALENTÍN

Son las 8 de la mañana y estamos apretujados en el ascensor contemplando como lentamente van cambiando los números con desesperante lentitud. Hoy es San Valentín, pero lejos de presentarse como un día festivo, preveo que va a ser una agónica jornada.

No es que no tenga novio, que sí lo tengo, es Marc, ¿os acordáis de él? Sí, mi admirador secreto, mi amigo, mi compañero de trabajo. Hoy hace dos años que empezamos a salir, así que en esta fecha tan señalada nosotros celebramos nuestro “San Valensario”. Bueno, eso es un decir, porque por segundo año consecutivo lo han enviado lejos por unos días. Así que de nuevo, este va a ser un San Valentín de pena.

Y mis compañeros ya están tardando en mofarse de los pobres que no tenemos pareja. Porque Marc y yo decidimos mantener nuestro amor en secreto y lejos de los idiotas de la oficina.

-Vaya, Cleo –me dice Deidre-. Te veo muy bien aunque vayas a pasar otro San Valentín sola.

-Gracias, Dee –sé que le molesta que la llame así-. Que buena eres preocupándote siempre por mí. Pero de verdad, no lo hagas, que te salen nuevas arrugas que puedo apreciar desde aquí.

-No temas, preciosa –este es Jorge, “el baboso”-. Yo estoy aquí para aliviar tu necesidad.

-Que suerte la mía –digo asqueada-. Ya le preguntaré que le parece tu oferta a tu mujer.

-Siempre me dice que no hacemos cosas nuevas, seguro que estará interesada en un trío –dice Jorge, lanzándome una mirada lasciva.

Inés, mi secretaria y amiga cómplice, que está encajonada entre él y yo, lo pisa con saña con su tacón de 10 centímetros.

-Ay! –se queja Jorge.

-Perdona, Jorge. ¡Qué torpe soy!

Cerca, Carlos el contable, contempla lo sucedido con una sonrisa cínica en la boca.



Al fin llegamos a nuestro destino y el ascensor se vacía como si lo ocupara una mofeta.



Inés y yo no conseguimos llegar a mi despacho sin que Marta nos intercepte. Marta es la secretaria de Deidre y su principal secuaz.

-Anda mira las “singles” –dice con retintín malintencionado.

-¿Qué quieres, Marta? –digo con hastío.

-Alegrarte el día, por supuesto. Mira.

Nos pasa por la cara su mano que luce un garbanzo descaradamente brillante.

-Es regalo de mi novio. Oh, vaya, perdón. Que desconsiderado por mi parte, vosotras dos seguís ahuyentando a los hombre.

-Déjame ver eso –la corta Inés, agarra esa mano ostentosa y pega un ojo a la joya-. Vaya, vaya –dice con voz meliflua.

-¡Es extraordinario! –dice Marta-. Seguro que lo querrías para ti. Pero Cleo, no desesperes seguro que algún día conseguirás cazar a algún infeliz que te regale un anillo. No será algo tan maravilloso como éste, pero es que para todo hay clases.

-En realidad, no quería ser yo quien te dijera esto –miente Inés-, pero…

-¿Pero qué? ¿Qué tendrás que objetar tú a mi anillo?

-Pues que no es un diamante. Es una piedra sintética, tallada exquisitamente, pero sintética. Como mucho es un Swronsky. Pero no es un diamante.

-¡Será hijo de perra! –grita Marta iracunda mientras se aleja de nosotras y se arranca el anillo de la mano.

-¿Desde cuándo eres tú una experta en diamantes? –le pregunto a Inés.

-Desde nunca, sólo lo he dicho para fastidiarla. Me revienta que se comporte como una bruja.

-Pero es así siempre.

-Por eso, siempre la fastidio.

-Eres un caso.

-Sí, la mejor –dice Inés alardeando.



Cuando regreso de una entrevista con el jefe de personal, hay un gran alboroto  en la oficina, la gente anda corriendo despavorida como si Godzilla andara suelto. Hay sillas tiradas por el sueño, escritorios desordenados y Ofelia, la becaria permanece desmayada en el suelo.

Inés y Carlos contemplan la escena con calma.

-¿Sabes algo del mocetón? –me pregunta Inés como si el Apocalipsis no se estuviera desarrollando delante de nosotros.

-No, nada. ¿Se puede saber qué está ocurriendo aquí? –pregunto justo cuando Deidre pasa por delante de nosotros gritando con las manos en la cabeza.

-Dee ha recibido un regalo de San Valentín de su marido –dice Carlos-. Después de alardear 10 minutos sobre lo maravilloso que es, lo detallista, lo viril y alguna cosa más que me niego a repetir, para que mi hombría no se resienta. Lo ha abierto con gran pompa – hay que darle crédito al chico pues apenas ha lanzado un par de miradas al escote de Inés, por el que asoma un sujetados de encaje rojo.

-¿Y era el Evola? –pregunto.

-No, una ardilla –me aclara Inés.

Inés y Carlos se miran sonriendo y chocan los 5.

“Estos dos son un peligro”, pienso.

-Total, que Dee ese ha puesto a gritar como una loca, la ardilla ha saltado sobre ella asustada y luego se ha dado a la fuga –aclara Carlos.

-La oficina está así desde entonces –dice Inés.

-Por una ardilla –digo alucinada-. Lo entendería por un escorpión, pero tanto lío por una dulce ardilla, me parece excesivo.

-¿Y vosotros que hacéis ahí parados? –nos amonesta el jefe, el mismo villano que ha mandado a Marc lejos.

-Lo lamento, a mí una ardilla no me asusta –le digo al jefe.

-Yo por una rana sí gritaría –dice Inés-, son asquerosas.

-Por menos de un murciélago yo no sudo –dice Carlos.

-Dejad las coñas y atrapad a ese bicho –nos ruge el jefe.

-Yo tengo una ballesta en el coche –dice Jorge.

No oso preguntar por qué tiene Jorge “el baboso” una ballesta.

-No seas bruto –le dice Inés.

-Hay que ponerle una trampa –dice Carlos.

-Yo tengo una avellana –aporto yo.

-Yo acabaré con esa bestia parda –alardea Jorge marchándose hacia el ascensor.

-Me da igual lo que hagáis, pero que mi oficina vuelva a la normalidad –nos dice el jefe, mientras sortea a Marta que corre como una gallina decapitada de un lugar a otro.

La pequeña ardilla se para frente a nosotros, nos olisquea y desaparece en el cuarto de material.

Carlos cierra la puerta con calma y dice:

-Necesitamos una caja y esa avellana de la que has hablado.

Inés y yo corremos y traemos las cosas mientras él hace guardia en la puerta.

-Bien, el plan es el siguiente: yo entro y coloco la caja con la avellana en el suelo. Me quedo como una estatua, y cuando la ardilla se meta en la caja pongo la tapa.

Las dos lo miramos con escepticismo.

-Vale, es un plan rudimentario pero es el que tenemos –dice Carlos.

-Entonces, adelante –le digo.

-¿No me vas a dar un beso para que me de suerte? –le pregunta a Inés.

-Si fuera un murciélago me lo pensaría –le contesta Inés-. Venga a por ella.

Y sin más preámbulos lo encierra en el cuarto con la ardilla.

Pese a que el pequeño animal ya no está correteando por la oficina, la gente sigue gritando histérica.

-Últimamente a ti y a Carlos se os ve mucho juntos.

-Por favor, Cleo. Es contable.

-¿Y qué tiene eso de malo?

-Pues que son tipos muy aburridos y tacaños.

-Y éste además tiene sentido del humor, se implica, es todo un mocetón y está interesado en ti.

-Eso es lo que dicen todos, pero en cuanto consiguen lo que quieren desaparecen. Estoy Harta.

-Supongo que no estás hablando de Erick, el motero. El mismo que se fue a ser uno con el asfalto y del que no sabes nada desde hace un mes.

-No, no es de él. Y seguro que acaba llamando.

-Sí, seguro.

-Bueno, no todos los hombres son tan considerados y atentos como el tuyo.

-En eso tienes razón. Marc es único –digo con un suspiro.

Después de unos minutos más de charla intrascendente Carlos sale del cuarto con la caja bajo el brazo.

-¡Misión cumplida! ¿Ahora sí me darás ese beso? Me lo he ganado.

-Si hubieras cazado un anfibio, sí te lo habrías ganado –dice Inés alejándose hacia su mesa.

-La estoy ablandando –me dice Carlos.

-Eh… -es cuanto consigo decir antes de que él desaparezca hacia el despacho del jefe.

Con todo este lío se me ha hecho tarde para mi siguiente cita, así que tengo que apresurarme a dejar la oficina.




Regreso agotada y frustrada con el resultado de la reunión y me encuentro con otro alboroto en la oficina. Y como no Inés y Carlos están hombro con hombro contemplando el espectáculo.

-¿Qué ocurre esta vez? –pregunto.

-El jefe ha averiguado, a través de la empresa de mensajería, cual es la tienda de animales de la que procedía la ardilla. Y éstos le han dado el nombre de Jorge. El jefe le está pegando la bronca mientras él gimotea que no ha sido.

-Pero el memo ha usado su tarjeta de crédito –los dos se miran cómplicemente-. Así que el jefe no se lo cree y lo está amenazando con despedirle y “el babosa” ha empezado a lloriquear, patético.

-Y Dee ha intentado tirársele al cuello y arrancarle la tráquea. Así que Alex ha tenido que reducirla con un placaje muy vistoso y la tiene encerrada en un despacho.

-Yo siempre me pierdo la mejor parte –me quejo-. ¿Y la ardilla?

-He conseguido que la indulten, la tengo en mi mesa –dice Carlos.

El jefe sigue gritándole a Jorge, que no es más que una trágica masa sollozante.

-Ardi, ardiem, ardidum –dice Carlos.

-Ardie –contesta Inés.

-¿Vosotros qué sois, el escuadrón ardillil? Un momento. Habéis sido vosotros.

-No, no, no, no, no, no, no, no –dice Inés.

-Eso es un sí –digo impertérrita-. Pero lo importante es, ¿cómo habéis conseguido eso de la tarjeta de crédito?

-No siempre he sido un buen chico –dice Carlos pasando una moneda de un dedo a otro, con una práctica impresionante y una sonrisa maléfica en el rostro.

Yo me parto de la risa mientras Inés lo observa con una mirada especulativa.

Parece que no va a ser tan mal día después de todo.




A media tarde Inés entra en mi despacho toda emocionada.

-Ha llegado este paquete para ti –dice levantando dos veces las cejas.

-Déjalo ahí, luego lo abro.

-Venga, sabes que acabaré enterándome igual –dice Inés.

-Luego te lo cuento, palabra.

Inés sale del despacho con su habitual energía.

No espero ni un minuto en despedazar el paquete y descubrir lo que hay en su interior.




Es de Marc, el adorable, infalible y maravilloso Marc. Un suspiro se me escapa, estoy loca y perdidamente enamorada de mi novio. Que trágico destino el mío, pienso regocijándome de mi suerte.




Al fin ha llegado el momento de dar por terminado el día e Inés y yo estamos encaminándonos al ascensor.

-¡Hey! Mis dos chicas favoritas –dice Carlos que se acerca con la caja de la ardilla bajo el brazo.

-¿Ha ocurrido algún estrago más del que no he haya enterado? –le pregunto.

-Todo tranquilo y a salvo –dice Carlos con sorna.

-Me alegro. Muchos días como este y acabamos en el manicomio.

Inés y Carlos se miran riéndose.

-Voy a soltar a nuestra intrépida amiguita en el parque. Se merece vivir libre y feliz –dice Carlos-. ¿Me acompañas?

-Puede estar bien –dice Inés.

-Y luego puedes hacerme compañía mientras ceno. No tengo novia y el día de San Valentín es muy triste para los tipos como yo. Incluso puedes comer algo tú también, si tienes hambre y ya que me estarías haciendo un favor, si me lo permites, yo pago la comida.

-Podría tolerar algo así –dice Inés-. Cleo, ¿te vienes?

-No, yo tengo… cosas que hacer –digo.

Seguro que Marc llama y nos pasamos horas hablando.

-Como quieras –dice Inés.

Apelotonados en el ascensor como al principio del día, observo a los demás. Jorge con la cara contraída permanece en un ominoso silencio tan atípico en él. Marta mantiene la mano en el bolsillo del abrigo para que no veamos la ausencia del anillo y su mirada furiosa vaticina que el prometido va a tener un “San Valentín Sangriento”. Y Deidre, cuyo peinado de lujo se ha convertido hace horas en el cabello de la Medusa, perece estar masticando piedras.

Que divertido resulta ver a “la pandilla infame” morder el polvo.


¡¡FELIZ SAN VALENTÍN A TODOS!!

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